Considerando que, la forma cómo se definan los problemas sociales
dependerá, no sólo de aspectos técnico-instrumentales, sino de una visión
particular de sociedad, de un entramado de valores, de perspectivas sobre cómo
funciona el mundo y el rol que tiene el ser humano en él, en otras palabras,
dependerá de las posiciones éticas o políticas en juego, resulta bastante
significativo analizar cuáles son los modelos de Estado que se conciben detrás
de cada enfoque de análisis de la política social. De acuerdo a D´Elia (2002), si queremos
analizar el problema de la pobreza, por ejemplo, nos encontraremos con tres
maneras de entender el asunto, con su correspondiente diseño de política
social:
- Enfoque económico (Políticas
selectivas)
- Enfoque de
bienestar social (Políticas distributivas)
- Enfoque de
derechos humanos (Políticas inclusivas)
Bajo el primer enfoque, la pobreza es considerada básicamente como la
incapacidad para satisfacer necesidades materiales, en especial las necesidades
de orden nutricional. En este sentido, serán pobres todas aquellas familias que
no perciban el ingreso total suficiente para comprar bienes, servicios y
alimentos básicos. Cuando los ingresos totales del hogar son inferiores al
costo de una Canasta Alimentaria, pues el grupo familiar se encuentra
considerado dentro de la pobreza extrema. Dado que los indicadores son
estrictamente económicos (suma de los ingresos), las causas de la pobreza son
atribuibles al comportamiento económico el país en cuestión, y por lo tanto, el
estímulo al crecimiento y a la acumulación de capital serán las soluciones
principales, en la medida en que los beneficios tarde o temprano arroparán a
los afectados. A fin de cumplir con este objetivo, el Estado buscará la
eficiencia y la optimización en el uso de los recursos públicos, en este caso,
reduciendo el gasto social y enfocándolo en las poblaciones más vulnerables.
Este énfasis se denominará “política social selectiva”, ya que el Estado
proveerá, de forma directa a o través de subsidios, los recursos necesarios
para garantizar la subsistencia de
los sectores más empobrecidos, en afinidad con las iniciativas privadas
interesadas al respecto. A sabiendas de que la desigualdad y la pobreza son
cánceres extendidos en la región (Calderón, 2002), emplear estrategias que
ataquen el problema de raíz pareciera ser el camino más sensato. Sin embargo,
bajo el enfoque económico -imperante en la década de los 80 y 90 del siglo XX y
ampliamente adoptado por gobiernos y organismos internacionales (D´Elia, Op.
Cit.: 3)-, se considerará prioritario desarrollar políticas orientadas a la
productividad y a garantizar un clima favorable para el inversionista:
“La preocupación por la desigualdad en los
análisis económicos tiene que ver más con aspectos como el impacto de los
conflictos sociales en la estabilidad de la inversión y los niveles de
productividad; así como en los desequilibrios fiscales causados por políticas
populistas de respuesta inmediata a las demandas sociales” (D´Elia, Op. Cit.:
4)
En este contexto, la formulación y puesta en práctica de las políticas
sociales -más parecido a acciones de caridad pero desde el Estado-, antes que
responder a un conjunto de demandas provenientes de la sociedad civil, obedecen
a presiones de organismos internacionales, en sintonía con intereses de
sectores dominantes nacionales que abogan por mantener la dependencia externa
(Pérez Baltodano, 1997).
Ahora bien, bajo el
segundo enfoque, la pobreza es el resultado, no sólo de un débil crecimiento
económico, sino de fallas en la redistribución de los ingresos, desde los sectores
más favorecidos hasta los estratos más bajos. Desde esta perspectiva, el cuadro
de pobreza es trazado con desconocimiento de los adelantos modernos para la
explotación de la tierra y la productividad, así como con paisajes de
sub-empleo. Pudiéramos decir que bajo este enfoque la pobreza es considerada
como falta de acceso a bienes económicos y sociales. Por ende, políticas de
carácter universal, asumidas desde el Estado, y orientadas a impulsar la modernización
económica (pleno empleo, tecnificación del aparato productivo, ampliación del
sector industrial, mano de obra calificada) y la redistribución justa de las
riquezas (traducida en seguridad social, educación gratuita y masificada,
creación de sistemas sanitarios, entre otros) serán el objetivo principal para
ofrecer un marco de protección, asistencia y justicia a todos por igual. Si
bien los cambios asociados a este enfoque, tanto en aspectos culturales como en
cobertura de la población por mucho tiempo excluida, son remarcables (Op. Cit.:
7), algunos resultados no esperados revirtieron procesos de consolidación
democrática y eficiencia estatal:
El crecimiento de la burocracia del Estado y la cultura
clientelar-patrimonialista contribuyeron a una enorme dispersión de recursos y
al solapamiento de funciones; así como a la fragmentación y estratificación del
sistema, de amplios beneficios para ciertos grupos y de cortas prestaciones
para otros, a cambio de lealtades a partidos y gobiernos de turno. Además, como
las políticas privilegiaron una distribución horizontalizada, no se generó
realmente transferencias entre ricos y pobres (Op. Cit.7)
A esto habría que añadir, desde el caso venezolano,
algunas desviaciones que impidieron el fortalecimiento y sostenibilidad del
Estado de Bienestar, como la dependencia petrolera y las respectivas
distorsiones al proceso de industrialización y las importaciones, así como en
el “universalismo segmentado” que se generó, producto de la cobertura a los
sectores asalariados y contribuyentes (D´Elia, La Cruz, Maingon, 2006),
situación que no se distancia mucho de la tendencia latinoamericana (Pérez
Baltodano, 1997: 57).
Por último encontramos el enfoque de derechos, en el que
se parte de la necesidad de visualizar integralmente el conjunto de relaciones
sociales presentes en un contexto histórico específico, y a partir de allí,
entender los mecanismos de pertenencia, creación de identidad, inclusión o exclusión
como factores claves para analizar la desigualdad y las posibilidades de
desarrollo de las potencialidades humanas. Los indicadores económicos no son
suficientes para comprender por qué no alcanzamos una vida buena. En el enfoque
de derechos, se entra al terreno de los patrimonios éticos, y en tal sentido,
se asumirá la pobreza como las condiciones de limitación de oportunidades para
la expansión progresiva de las libertades positivas.
Bajo esta perspectiva, la política social considera los
problemas en su multidimensionalidad, y a la pobreza en sus aspectos
estructurales. Así como se incluye los ingresos y el empleo en el análisis,
también es igualmente relevante develar cuáles fueron las condiciones de acceso
a educación, vivienda, salud, entre otros. Dado que la pobreza es el resultado
de la discriminación y de procesos excluyentes, las políticas sociales deberán
ser inclusivas, universales, orientadas a desplegar el abanico de opciones para
que los seres humanos podamos aumentar nuestras posibilidades de vivir una
existencia digna y plena.
Como revisamos, cada uno de estos enfoques, para ser
instrumentalizado, requiere de un aparato burocrático estatal particular, que
ideológicamente y técnicamente, avance hacia los objetivos planteados.
Entendido así, bajo el enfoque económico, el Estado adquirirá un matiz
eficientista, de responsabilidades mínimas, que permita atender a las
poblaciones o sectores más desfavorecidos, sólo en la magnitud justa para su
supervivencia y por el tiempo estrictamente necesario. De igual forma, el
Estado bajo un enfoque de bienestar social se adecua a sus propósitos, y en
esta medida aumenta su tamaño para abarcar con sus mecanismos de protección a
todos por igual, aumentando considerablemente el gasto social, creando leyes y
regulaciones de orden económico y social, y ampliando el entramado
institucional. Ahora bien, en el enfoque de derechos, si bien el Estado no deja
de jugar un rol fundamental en la promoción del desarrollo de las capacidades
de los ciudadanos, la sociedad civil a través de su participación garantizará
el pleno ejercicio de de los derechos reconocidos. En las políticas sociales
selectivas, el Estado se enfoca en el crecimiento económico. En las políticas
sociales distributivas, el Estado se enfoca en el consumo. En las políticas
sociales inclusivas, el Estado se enfoca en la equidad.
BIBLIOGRAFÍA
·
D´Elia,
Yolanda (2003) “Política social y pobreza”, en Informe Social 8, 2002, Venezuela. ILDIS. Caracas, pp 11-19
·
D´Elia,
Yolanda/La Cruz, Tito/ Maingon, Thais (2006) “Los modelos de política social en
Venezuela: Universalidad Vs. Asistencialismo, en Maingon, Thais (Coord.):
Balance y perspectivas de la política social en Venezuela, ILDIS/CENDES/UNFPA,
Caracas
·
Gordon,
Sara (2003): “Ciudadanía y derechos: criterios distributivos”, en Serie Políticas Sociales, Nº 70, CEPAL,
Santiago de Chile.
·
Isuani,
Ernesto Aldo (2007): “Política social en la región: desafíos políticos y de
gestión”, en Revista del CLAD Reforma y
Democracia 38.
·
Pérez
Baltodano, Andrés (1997). Estado, ciudadanía y política social: una
caracterización del desarrollo de las relaciones entre Estado y sociedad en
América Latina, en Pérez Baltodano, Andrés “Globalización, ciudadanía y
política social en América Latina. Tensiones y contradicciones”. Nueva
Sociedad, Caracas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario